Un pueblo fumigado
Al trasladarse 123 km al sur del centro de la ciudad de Buenos Aires, se encuentra Chascomús. Quizás es la cercanía con la ciudad lo que atrae a tantos turistas, que buscan encontrar la tranquilidad. La laguna calma, digna de una postal a su atardecer. Pero apenas hacia adentro, comienza a perder su belleza. Puede que los peces desaparezcan, y no por aquellos pescadores que se posan sobre el muelle al comienzo del día. En las escalinatas, un grupo de personas aprecian el aroma a tierra húmeda. Sin embargo, lo distinto es que esa humedad genera una picazón en la garganta, y puede hacerte llorar. No es lluvia, ni es que el agua de la laguna tocó tierra.
La naturaleza y la salud de los habitantes de Chascomús están en peligro a causa de los agrotóxicos. A pesar de que el INTECH (Instituto tecnológico de Chascomús) advirtió que la zona de exclusión, es decir, en donde no se autoriza ningún tipo de aplicación de productos agroquímicos, debe establecerse a 1500 metros, la misma no estaría siendo escuchada.
Los agroquímicos son la “ sustancia química, en estado líquido, gaseoso o en polvo, que sirve como pesticida, plaguicida, herbicida, fungicida, nematicida, insecticida o fertilizante”.
Se clasifican en distintas categorías y por el nivel de peligro, según la resolución SENASA 302/2012, que toma como referencia los estudios y conclusiones de la FAO y OMS. De esta forma, sus categorías son: Clase IA – Extremadamente peligroso (banda roja), Clase IB – Altamente peligroso (banda roja), Clase II – Moderadamente peligroso (banda amarilla), Clase III – Ligeramente peligroso (banda celeste) y Clase IV – Producto que normalmente no ofrece peligro (banda verde). Los únicos productos que están a la venta, y por lo tanto son legales, son ésta última clasificación.
El modelo de trabajo instalado en Chascomús requiere de fumigaciones. El problema que se presenta usualmente, surge cuando las sustancias sobrepasan los límites de la propiedad. El estudio titulado “No hay fumigación controlable. Generación de derivas de plaguicidas” presentado por la Red universitaria de ambiente y salud, de la Red de médicos de pueblos fumigados demuestra que “no hay aplicación de plaguicida controlable, porque básicamente lo que no se puede controlar es la interacción entre el clima y los fenómenos fisicoquímicos de los plaguicidas, sus residuos, y los coadyuvantes y surfactantes”. La única manera de evitar que se esparzan los líquidos sería techar los campos, algo imposible e impensado para un agricultor. Otra alternativa es establecer distancias de fumigación, que protejan a quienes viven cerca de los campos.
El día estaba caluroso, como es común en febrero, y Pablo salió al jardín de su casa. Pero esta vez, el aire era distinto, y no era agradable. El sabor era parecido al metal, y el estaba seguro que no podía ser bueno. A menos de 200 metros, Pablo vió un tractor que esparcía líquido por el campo y de repente, percibió esa humedad en carne propia. El tractor no sólo fumigaba su zona, porque el viento empujaba las pequeñas sustancias hacia todo su alrededor. Plantas, agua, y a los habitantes de La liberata.
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Inmediatamente Pablo se dió cuenta que se estaba intoxicando con la fumigación,más aún porque forma parte de la Asamblea Paren de Fumigarnos Chascomús. La Asamblea es conformada por un grupo de vecinos que trabajó e insistió para generar una ordenanza que regule el uso de agroquímicos. Finalmente, en mayo de 2019, se sancionó la ordenanza N° 5329/2018. La misma establece que la zona de exclusión es de 200 metros y su fiscalización está a cargo de la Dirección de ambiente y desarrollo sustentable de Chascomús, encabezado por Ricardo Miccino.
Fumigar la educación
Por la ruta hay una figura, se observa desde lejos, entonces no se puede distinguir bien qué es. Muy rápidamente, porque el auto va a 110 km/h, se esclarece y se distingue un delantal blanco, y un brazo estirado, con el pulgar hacia arriba, y el resto de los dedos escondidos. No lleva más que su mochila.
-Voy a “el solito”, ¿me alcanzas?.
Al cruzar la ruta 2, derecho hasta que el camino asfaltado se termina, girar a la derecha cuando se bifurca, y hacer 30 km por tierra, después de pasar una laguna y ver algunos animales, se distinguen dos banderas; una azul, amarilla y verde, con el sol en el centro y otra celeste y blanca. Hay apenas una tranquera, y paneles solares. Es una escuela blanca, pero repleta de dibujos con colores.
En la parte de atrás está el patio, con el pasto largo y algunos juegos. Lo único que lo separa del terreno lindante, son dos alambrados que rodean a la escuela. Los mismos alambres que no alcanzaron para proteger a la escuela Nº 31, del Barrio Parque Giraldo. Fue un 22 de mayo, cuando se suponía la ordenanza ya estaba en vigencia. Alrededor de las 10 de la mañana, el aire comenzó a tener gusto a metal. Esa sensación se generaba por una máquina fumigadora, a metros de la escuela.
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En las escuelas rurales, la reglamentación indica que fuera de los días lectivos, la zona de exclusión es de 200 metros. Este dia era escolar, cuando se deben respetar 1000 metros.
Sin embargo, no fue la primera vez que se infringió la ordenanza. Si bien es de público conocimiento lo que le sucede a muchas de estas escuelas rurales, no hay denuncias al respecto. Aparentemente, muchos de los niños que acuden a los centros educativos son hijos de los productores responsables de las fumigaciones. Además, los dueños de los campos colaboran en la mantención de las escuelas, y esto sería un freno para denunciarlos. A la hora de realizar la denuncia, aunque no sean los únicos motivos, esas razones pueden convertirse en un factor condicionante, para que los afectados finalmente decidan no hablar.
Los habitantes de esas zonas no son conscientes del peligro que podría causarles la exposición a agroquímicos. Por este motivo, es urgente brindar educación ambiental para dar a conocer las medidas que se deben empezar a tomar para prevenir enfermedades, tanto en los aplicadores, como en los dueños de los campos, en los niños que acuden a las escuelas de la zona, y las maestras que son quienes finalmente deberán enseñarles.
Llueve veneno
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Existen varias maneras de fumigar. Puede ser por vía terrestre, en camiones o con mosquitos, aparato que carga un aplicador y recorre el terreno rociando los productos.
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Los aviones fumigadores recorren día a día los campos de Buenos Aires. Ésta manera es la que más riesgos implica. Es casi imposible controlar las sustancias que una vez lanzadas, caen lentamente, impulsadas por la gravedad.
¿Qué sucedería si durante las fumigaciones hubiera presencia de viento? No es necesario una respuesta científica para entender que los químicos alcanzarían inevitablemente las zonas aledañas.
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¿Qué sucede si, además, se hace a poca distancia de la tierra? Las sustancias se esparcerían, y se encontrarían en su forma más pura, intoxicando profundamente el ambiente.
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Teniendo en cuenta estos factores, la ordenanza de Chascomús estableció la prohibición de los aviones fumigadores. Sin embargo, fue encontrado un nuevo caso de incumplimiento.
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Se reconoce el avión, color, y hasta patente, por lo que la sanción al responsable debería ser inmediata. Pero eso no sucedió. Los vecinos denunciaron en ese instante lo que estaba sucediendo y el cuerpo policial acudió al lugar, pero simplemente como espectadores. Tenían desconocimiento absoluto sobre cómo proceder ante estas situaciones, demostrando que su presencia fue inútil. Si bien el caso se mantiene abierto y el dueño del avión fue localizado, al dia de hoy, no se aplicó ninguna sanción.
Todavía hay esperanza
La gran incógnita ante ésta problemática es si existe alguna solución y la respuesta es positiva. Tanto vecinos, activistas, como la dirección de ambiente y desarrollo sustentable de Chascomús, son algunos de los que trabajan en la educación y concientización acerca de la Agroecología, una alternativa al modelo productivo que se utiliza actualmente en la Argentina.
Hay que ser realistas y reconocer que el el sistema tradicional no se cambia de un día para el otro. Es fundamental educar a la población incluyendo todos los sectores, desde niños a maestras. Aplicadores a dueños de campos. Vecinos para que denuncien irregularidades, y que entiendan la gravedad que podría causarles una intoxicación de agroquímicos.También se debe capacitar a quienes fiscalizan que las fumigaciones se hagan bajos los términos explicitados en la ordenanza, de forma que sepan cómo actuar ante una denuncia. Es muy importante además que quienes viven de sus campos, conozcan una nueva forma de trabajo que les garantice la rentabilidad que obtienen en la actualidad.
Por otro lado, la Municipalidad de Chascomús fue pionera a la hora de controlar ésta práctica. Sin embargo, para lograr que se dismunuya el uso de agroquímicos, se necesita un compromiso provincial dado que es imposible eliminar de forma puntual a los agroquímicos, teniendo en cuenta que llegan por medio de viento, lluvias, y ríos.
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